P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles
El primer día de la fiesta de los panes ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: <<¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?>>. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: <<Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’. Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario>>. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: <<Tomen, esto es mi Cuerpo>>. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: <<Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios>> (Marcos 14, 12-16. 22-26).
Hace muchos años atrás, un teólogo llamado Leonardo Boff, nos regaló un librito que se llamaba “Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos”, es una joyita para quienes deseen buscarlo por ahí. Pero recuerdo que mostraba diversos elementos que se convertían en sacramento de la vida de una persona como pueden ser el cuidado en un lugar santo del ánfora que contiene cenizas y me acerca a mi padre o madre que han partido; el sacramento de la ceniza de cigarro en un cenicero que recuerda a alguien que esa fue la última bocanada de humo del ser querido junto al sillón favorito y no se ha cambiado desde entonces de lugar ni se ha limpiado el cenicero.
Para los amigos de Jesús la eucaristía resulta ser el sacramento por excelencia porque reúne todos los elementos que el amor humano requiere para saber que todo sigue vivo, vigente, activo, creciendo. Para los amigos de Jesús siempre que se reúnan alrededor de una mesa y compartan el pan y el vino sabrán que no están solos en el camino de la vida. Sabrán que el trabajo humano tiene sentido porque permite la realización de todos y cada uno en expresión de un mundo que crece y que se hace pleno con el aporte de toda vocación. El compartir el pan y el vino nos permite alcanzar la eternidad porque nos unimos a ella con lo que el signo “significa”, valga la redundancia, no es “como si” nos uniéramos al Señor, sino que realmente estamos con él en el hoy haciendo memoria del ayer y nos disparamos al futuro con la fuerza que esta comida nos da para hacer presente el Reino de Cristo.
En su cuerpo, se nos regala el mismo Señor, por eso lo recibimos como un regalo que no puede quedarse en un simple rito, sino que nos despierta la creatividad para que la Eucaristía se extienda a todo lo que hacemos, pensamos y vivimos.
Una vida eucarística sabe que todo lo hace porque “alguien lo amó”, como diría el Padre Hurtado, y su estudio tiene sentido porque desde ahí podrá construir las casas que los pobres necesitan y seguramente se podrá nivelar hacia arriba; con el trabajo responsable cualquier agricultor, minero, constructor ayudará a mejorar las condiciones de seguridad, bienestar, salud, economía de todos los que habitan un lugar; los políticos que vivan su vida eucarística seguramente harán encarnarse la justicia en leyes y medidas que sirvan a todos.
Una vida eucarística produce una verdadera alegría del corazón. Podemos cansarnos, a veces tener sufrimientos por lo que significa la entrega, pero el balance final siempre traerá consigo el gozo de hacerlo porque Cristo se entregó antes por nosotros. En su cuerpo y su sangre siempre nos recordará que Dios nos ha amado tanto que ha dado su vida para que tengamos vida.
Domingo 6 de junio, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo