P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José – La Merced de Curicó
Vicario Episcopal Curicó – Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás de Curicó
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: <<¿Cuál es el primero de los mandamientos?>>. Jesús respondió: <<El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que éstos”. El escriba le dijo: <<Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios>>. Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: <<Tú no estás lejos del Reino de Dios>>. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas (Marcos 12, 28-34).
Continuamos recibiendo los textos del evangelio de San Marcos. Hoy nos presenta a un escriba que pregunta lo que se debe obedecer. Me parece importante que todas las personas tengan esta pregunta siempre presente y que sepan responderla desde la atención al evangelio de Jesús.
Para los judíos, la ley tiene que ver con la escucha atenta de lo que Dios le pide a los que ama. Obedecer viene de escuchar: ob audire, dicen los latinos. El Profeta Isaías nos invita a tener siempre una “actitud de escucha”, para saber cómo responder en todas las situaciones. Y la ley que Jesús nos propone está en ese ámbito, en el escuchar. Porque sabemos que un Padre siempre sueña lo mejor para sus hijos y le propone caminos diversos para que se pueda realizar en la vida, porque lo ama. Pero a medida que crece, ese hijo va decidiendo de acuerdo a su propio discernimiento y a la escucha atenta que ha tenido de la voluntad de su padre. En ese plano está la escucha de Jesús: mi voluntad es hacer la voluntad de mi Padre.
Así entonces, el pueblo de Israel conoce cual es la voluntad de su Dios, no debería tener dudas acerca de lo que significa vivir en su ley. También nosotros tenemos esa revelación, sabemos que cuando se ama a alguien, nuestra relación con ese amor será de cuidado, de servirlo, de darle todo lo mejor, de mostrarle el amplio espectro de posibilidades de crecer para que sea feliz.
Nuestra vivencia de la ley, en cambio, ha estado totalmente inclinada a tratar a las personas de manera infantil. Hemos enfatizado mandatos y reglas que nos han mecanizado y nos llevan a pesar a todos con la misma medida. Sabiendo que cuando se trata de personas, no hay nadie igual a otra, aunque su descripción de situaciones sea totalmente igual a la de otras. Porque la enseñanza recibida, el lugar en el cual se ha vivido, la edad que se tenga, los valores aprendidos hacen que sea una experiencia totalmente distinta.
Pero, ¿por qué somos así ahora? Porque hemos conocido a un Dios que es amor. Que nos miró y se compadeció de nosotros, nos condujo con brazo firme y mano extendida a través de la historia, nos sacó de la esclavitud de Egipto y como a un hijo nos llevó por el desierto a una tierra que mana leche y miel. Es el único que pensó y actuó por nosotros, dice el pueblo de Israel. Por lo tanto, a quien más podemos acudir, es nuestro Dios. Lo escuchamos -obedecemos- porque su palabra es palabra de vida eterna.
Quien recorre la historia de Israel y mira toda la historia de salvación hasta la parusía (momento final de la historia, venida del Hijo de Dios), descubrirá que todo está muy claro. No necesita preguntar, solo necesita preguntarse a sí mismo: ¿esto le hace bien a mi hermano?, ¿me ayuda a crecer a mí? Le dispone ante la ley en una actitud adulta. En una vocación de discípulo misionero.
Trigésimo primer domingo del año, 3 de noviembre 2024.