P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced de Curicó
Vicario Episcopal de Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás de Curicó
“Jesús dijo: Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa” (Juan 10, 27-30).
Durante el año pastoral suceden acontecimientos que se entrecruzan y nos ayudan a reflexionar enriqueciendo la visión de Dios y ayudándonos a vivir de mejor manera nuestra vida de fe.
Hoy es uno de ellos. En el mundo occidental se invita a recordar a las madres y en Chile, por decreto supremo 1.110 de 1976 el 10 de mayo está fijado para celebrar y reivindicar el papel de la madre en la sociedad. Por razones comerciales se ajusta la fecha y hoy 11 de mayo las celebramos con cariño. Creo, y siempre lo he dicho, que es injusto un solo día para quienes nos han llevado en su seno y han llorado lágrimas de amor por cada uno de los hijos desde el nacer hasta acompañarlos en el camino de crecer y de muchas veces, separarnos de ellas para hacer nuestra “propia vida”. He de reconocer que siempre vuelvo a la casa de mis padres donde cada uno de ellos tienen la sabiduría de los años y el amor por los hijos que los hacen verdaderos pastores para las ovejas a veces un poco desobedientes.
Un buen pastor tiene ese corazón materno que sabe estar siempre al lado de sus ovejas-hijos para mostrarles el agua fresca y el pasto tierno en el cual pueden saciar su sed y alimentarse para vivir bien y para realizar su propia historia.
Las ovejas conocen a su pastor. Escuchan su voz. Hoy, con pena vemos situaciones en las cuales el rebaño no reconoce al pastor. No lo escucha ni lo obedece.
Es una llamada de atención para revisar su manera de ser pastor, de volver a centrar su vista y sus actitudes en Jesucristo. Que él sea el centro de nuestra vida.
Recordamos, además, a tantos pastores que han hecho un inmenso bien a nuestra vida espiritual en la diócesis. Han sido el rostro de Jesucristo para tantas personas en todos los rincones de la actividad humana : don Manuel Larraín, don Carlos González, el Padre Enrique Correa en la zona costa de la diócesis, el Padre Guido Lebret en Talca; los hermanos de la Inmaculada Concepción del Barrio Oriente que iniciaron el ahorro en las familias sencillas y construcción de casas dignas, las religiosas de Nevers y del Prado, que llenaron de alegría evangélica el mundo rural diocesano y todavía continúan en la zona de Pelarco, son solo algunos de un inmenso número de hombres y mujeres que han compartido su vida y muchos han fallecido en medio de nosotros habiendo hecho su tarea.
Creo que es muy necesario el invitar en cada familia a tantos jóvenes con ideales inmensos de querer seguir a Jesús como su Maestro y Señor, para que en él tengan vida y se constituyan en los pastores buenos que acercan el rebaño a Cristo. Con respeto, delicadeza por los procesos personales y con tolerancia respecto de sus situaciones existenciales de hoy.
Aprovecho de rezar para que aumenten los seminaristas diocesanos que se forman en el Seminario Pontificio de Santiago: que sean muchos jóvenes los que se integren a este camino de servicio a los demás para dar testimonio del amor de Dios y de la presencia de Jesús en nuestro mundo, ya que de las familias surge la vocación cuando los animan a buscar lo que los hará felices y no siempre será una vida solamente profesional o familiar, sino que el disponerse delante de Jesús para ser enviado a la misión es motivo de inmensa alegría para quien ha sabido responder.
Cuarto domingo de Pascua