En la víspera de Pentecostés realizamos la Asamblea Sinodal de nuestra Iglesia diocesana de Talca. Se trata de una instancia muy importante tanto por la representación de las diversas expresiones de nuestra realidad eclesial como por el intenso proceso que la fue preparando. Como sabemos, ella se ha tejido tanto desde la búsqueda del cómo responder a las complejas y desafiantes crisis que enfrentamos, como también desde la invitación del Papa Francisco a construir una Iglesia más Sinodal, es decir, que crece en su identidad de comunidad que camina unida, que avanza en su misión de servicio sostenida en la rica y diversa colaboración de todos quienes la conforman.
El contexto de la fiesta del Espíritu Santo nos recuerda la orientación fundamental de este proceso de renovación: buscamos crecer en fidelidad al Espíritu, aspiramos por sobre todo a dejarnos guiar por sus insinuaciones. Experimentamos con urgencia la necesidad de transformaciones profundas en nuestros modos de ser Iglesia y en la forma de comunicar la Buena Noticia de Jesucristo de modo que ella sea significativa para el hombre y la mujer de hoy. Pero estas transformaciones no pueden brotar del cálculo o de una estrategia humana. Lo nuestro no es simplemente dejarnos llevar por los vientos de la historia, adecuándonos con criterios de “marketing”, sino a reconocer en medio del tiempo el suave soplo del Espíritu para ofrecerlo con coraje profético.
Por ello, nuestro proceso ha estado marcado por la escucha. Un ejercicio vital en el camino de la fe y en el de ser Iglesia. Muchas veces la voz del Espíritu brota desde los más sencillos, los más pequeños. Hemos procurado multiplicar espacios de discernimiento. En momentos pudieron parecer debates de ideas contrapuestas. Pero el criterio no ha sido imponer el propio punto de vista sino el de reconocer los llamados del Espíritu para renovar de un modo profundo nuestra vida eclesial y nuestro servicio misionero. Tres caminos de renovación han aparecido como rutas que brotan del consenso.
La primera y fundamental es la de Fortalecer la Fe en Jesucristo de tal modo que todo en nuestra vida eclesial brote y esté animado por su persona y su mensaje. No habrá cambio alguno en nuestra forma de ser Iglesia sin una conversión radical de cada uno de nosotros. La vivencia espiritual en todas sus formas, incluidas la oración personal y comunitaria, los espacios de formación en la fe y de ejercicios espirituales son un camino insoslayable para el proceso de renovación.
Lo segundo ha sido la disponibilidad a la Renovación, la apertura a superar la rigidez de que “siempre se ha hecho así”, para atreverse a descubrir nuevas formas de organizarnos y de cumplir con nuestra misión. Buscando especialmente que esta renovación no sea simplemente externa o decorativa, sino que brote del corazón y afecte especialmente las actitudes.
Y, en tercer lugar, la orientación a la misión. No nos mueve el anhelo de hacer más grande la Iglesia ni que ella sea reconocida por su obra. Nos impulsa la urgencia de cumplir con nuestra misión de amor y servicio a las personas de nuestro tiempo. Queremos que los habitantes de esta tierra puedan construir sus vidas iluminados por el esplendor del amor que Dios ha derramado en la historia por Jesucristo y su evangelio de vida. Especialmente nos mueve el deber de ofrecer a las nuevas generaciones este precioso tesoro que se nos ha confiado en nuestras humildes vasijas de barro.
+ GALO FERNÁNDEZ VILLASECA
Obispo de Talca