Puede sorprendernos que el Papa Francisco haya señalado que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio” (Francisco, Discurso en la conmemoración de los 50 años de la institución del Sínodo de los Obispos. 2015).
Pbro. José Ignacio Fernández Saldías
Párroco de la parroquia Sagrada Familia de Talca
¿Qué está queriendo decir el Papa? ¿Qué significa sinodalidad? ¿No es la misión nuestro gran y permanente desafío? Así es, y misión y sinodalidad no van separadas, porque justamente es el Pueblo de Dios el cual ha recibido el envío misionero, y la sinodalidad no es otra cosa que el camino que hacemos juntos en la historia hacia el Reino.
El Pueblo de Dios peregrino
Abraham no recibió solamente la promesa de una descendencia, sino que ésta constituiría un pueblo (cf. Gn 12, 2), con todo aquello que conlleva la red de relaciones internas de un pueblo, y que lo conducen a tener una identidad y un destino común, que supera la suma de los individuos y traspasa las distintas generaciones. Este pueblo, según la promesa, llegaría a ser una bendición para todos los pueblos (cf. Gn 12, 3). Con el tiempo, la descendencia de Abraham llegó a vivir la esclavitud en Egipto, y el Dios de la promesa miró su sufrimiento y escuchó su clamor (cf. Ex 3, 7). Yahvé, eligiendo a Moisés como su amigo y bajo su dirección, los sacó de Egipto y los llevó al desierto, donde hizo con este pueblo una Alianza: “Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios” (Ex 6, 7). Israel, el Pueblo de Dios, recibió como don la tierra que le había sido prometida, “una tierra que mana leche y miel” (Dt 26, 9), y en su peregrinación en el desierto hacia ella, conocieron juntos la fidelidad y la misericordia de Dios, que se manifestó justamente ante la infidelidad de su pueblo: “Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad” (Ex 34, 6).
El nuevo Pueblo de Dios es convocado para la misión
De este pueblo, al llegar la plenitud de los tiempos, por medio de una Virgen, nos vino Aquel que es la salvación, como don enviado del Padre (cf. Ga 4, 4): Jesucristo, nuestro Señor. Él, Ungido por el Espíritu, anunció la cercanía del Reino, perdonando pecados, sanando enfermos y expulsando el mal que arruinaba la vida del ser humano. Quienes creían en Él y acogían sus dones, lo seguían en el camino, como el ciego Bartimeo a la salida de Jericó, (cf. Mc 10, 52). Así, constituyó una comunidad, fundada sobre doce Apóstoles, a imagen de las doce tribus de Israel, y la envió en misión para anunciar su Buena Noticia hasta los confines del mundo y del tiempo (cf. Mt 28, 19-20).
A esta comunidad, como fruto de la muerte y resurrección de Jesucristo, le fue enviado el Espíritu Santo prometido (cf. Jn 20, 22). Así, el nuevo Pueblo de Dios, liberado de sus pecados, recibió la fuerza del Espíritu Santo para que, unido a Jesucristo, participara de su misión profética en la historia, como explicó Pedro lo acontecido en Pentecostés: “Sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; sus jóvenes verán visiones y sus ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu” (Hch 2, 17-18). Así, ungido por el Espíritu Santo, el Pueblo de Dios que peregrina hacia el Reino del Padre ha sido constituido en “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que los ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pe 2, 9), ya que el Cordero inmolado “ha hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes” (Ap 5, 10). De este modo, en Jesús, nacido de la descendencia de Abraham, se cumple la promesa de bendición para todas las naciones, y quienes somos unidos a Él por el Bautismo estamos llamados a formar parte del pueblo que porta esta promesa como tesoro para para que el mundo por Él tenga vida.
¿Cómo reactivamos nuestros estilos y estructuras que nos hacen Pueblo de Dios?
La Iglesia atenta a su vocación, está llamada a una permanente búsqueda para no alejarse de la misión recibida, y se mantiene así en constante reforma para ser fiel a su Señor. Hoy, en efecto, nos volvemos a preguntar cómo reavivar en nosotros aquellas relaciones, estilos, acciones y estructuras que nos hacen ser pueblo, Pueblo de Dios, convocado de lo alto y constituido por miembros pecadores, pero todos con igual dignidad de hijos de Dios. Los escándalos provocados por los abusos sexuales, de autoridad y de conciencia al interior de la Iglesia, han hecho resonar con mayor fuerza la necesidad de búsqueda de esta renovación, al ver que la dignidad de algunos ha sido terriblemente atropellada. Hoy, vamos descubriendo que el Espíritu Santo nos mueve y conduce a relaciones fraternas, que hagan experimentar a todos los bautizados su pertenencia a la Iglesia y corresponsabilidad en la misión recibida.
El desafío profético
El Pueblo de Dios, llamado “Pueblo mesiánico” por el Concilio Vaticano II en la constitución Lumen Gentium (LG 9), participa del oficio profético de Cristo, para ser testigo del Evangelio en cada tiempo y lugar. ¿Cómo llevamos a cabo nuestra misión? ¿Cómo hacemos para que la misión sea cada día más nuestra, antes que de unos pocos? La unción del Espíritu capacita al Pueblo de Dios y a todos sus miembros para ser partícipes de la misión, cada uno desde nuestro lugar original de laico/a, religioso/a, diácono, presbítero u obispo, en la profunda comunión que hemos recibido como un don y que estamos llamados a cultivar. La experiencia de participar en la comunión eclesial, no anula nuestra realidad personal como creyentes, sino que la amplía y plenifica, situándola en esta hermosa red de relaciones de comunión con Dios y nuestros hermanos, a la cual hemos sido incorporados por el bautismo, porque “fue voluntad de Dios santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (LG 9).
¿Cómo acogemos y cultivamos el don de ser Pueblo de Dios en nuestra Iglesia de Talca?
Este Pueblo goza por la unción de un sentido de la fe (sensus fidei; cf. LG 12), para escuchar juntos aquello que el “Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2, 11), cuando en el discernimiento eclesial abrimos nuestros oídos. La escucha recíproca de todos los miembros de la Iglesia es un camino de esperanza para avanzar hacia esta experiencia, de modo que tanto la revisión de nuestra propia actitud de escucha, como aquella de los organismos previstos para este fin en nuestras comunidades (consejos pastorales, de presbiterio, económicos, juveniles, etc.), podrán ir ayudando a que todos nos hagamos parte de la misión eclesial. El mismo sacerdocio ministerial encontrará su sentido en la medida que se dispone al servicio del sacerdocio común de los fieles (cf. LG 10), el cual incluye el ejercicio de este oficio profético del Pueblo de Dios.
Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión
Este es el título con el que se ha convocado al próximo Sínodo de los Obispos, que esta vez cuenta con la novedad de comenzar en cada diócesis el próximo 17 de octubre de 2021. El Sínodo de los Obispos es un organismo creado por el Pablo VI en 1965, buscando justamente una estructura que permitiera al Papa, en su servicio a la Iglesia universal, escuchar mejor a los obispos, y por medio de ellos a las Iglesias particulares. Las consultas previas a las Asambleas anteriores del Sínodo de los Obispos fueron un paso adicional en esta dirección, y ahora la decisión de incorporar como parte del Sínodo las fases diocesana, nacional y continental profundiza y dinamiza esta experiencia de la escucha, en la búsqueda del consenso eclesial. Nosotros a nivel nacional, y también nuestro Consejo Pastoral Diocesano, hemos venido haciendo camino en este sentido, y el lugar alcanzado se constituye hoy nuestro punto inicial para hacernos parte en este proceso sinodal. Lo que somos y traemos con nosotros como Iglesia de Talca es un tesoro que agradecemos a Dios y tantos y tantas que han ido marcando nuestra historia.
Entonces, de octubre 2021 a marzo 2022 es tiempo de ponernos a la escucha unos de otros: Obispo, Presbiterio, Pueblo de Dios. Con este fin se ha constituido una Comisión Diocesana, al servicio de este camino, buscando que este proceso sinodal no solamente nos lleve a conclusiones adecuadas en la renovación de nuestros estilos y estructuras, sino que en sí mismo, nos ayude a vivir la experiencia de “ser una Iglesia cada día más sinodal, profética y esperanzadora” (Francisco, Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile. 2018).
Publicado en revista Comunicando edición Octubre 2021