“Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (Fratelli tutti 283).
Dr. Marcelo Pinochet Ayala
Académico Escuela de Sociología de la Universidad Católica del Maule
Cuando nos encontramos a pocos días de una nueva elección presidencial, parlamentaria y de consejeros regionales, los obispos (a través de un mensaje del comité permanente) dieron a conocer su preocupación ante el actual momento político y social en Chile, expresando que la Iglesia siempre ha estado estrechamente unida al devenir de la patria, con su palabra y su acción en favor de la paz, ofreciendo una reflexión que contribuya a encontrar caminos de entendimiento y concordia: “lo que debiera ser una oportunidad para confrontar ideas, proyectos y programas sobre el presente y el futuro de la patria (…) se convierte frecuentemente en un escenario de descalificaciones y disputas estériles, generando distancia, incertidumbre y desazón en muchos chilenos”, han señalado nuestros pastores.
Iluminados por estas palabras, queremos desentrañar en estas líneas los desafíos de los católicos en este escenario contingente, donde una vez más las tensiones propias de la elección se ven enmarañadas por la difusión de noticias falsas o discusiones sobre “pequeñeces”, por señalar sólo algunas cuestiones que han sido frecuentes en los últimos días. Queremos colaborar en la deliberación necesaria del tiempo presente, como una abstracción adecuada sobre los difíciles contextos de la existencia del hombre en sociedad, a la luz de la fe y de la tradición eclesial, como tratando de responder a la pregunta que ronda en estos días en los oídos de los católicos chilenos: ¿Qué responsabilidades y desafíos tiene el artesano de la paz en el actual proceso de cambio y crisis social?
Líderes que dialoguen
Desde el título hemos señalado que la crisis también es motivo para el reencuentro. El desasosiego del tiempo presente es para los católicos una oportunidad para convertirse en artesanos “dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (FT 225). Por ello, en primer lugar, insistir en la necesidad de liderazgos capaces de abordar esta dinámica (donde los cambios parecen remover las condiciones materiales actuales), pero deben ser capaces de encontrar un intercambio de opiniones racionales sobre el futuro, aportando en un diálogo fecundo de deliberación, donde el desafío mayor es asumir esta misión suscitando la amistad social y teniendo como objetivo la integración de todos y todas.
Sin duda esto tiene una complejidad mayor en un país como el nuestro. El reencuentro tiene como contexto a una sociedad que se transformó muy radicalmente como consecuencia del gigantesco cambio en las condiciones materiales de la existencia, sobre todo en algunos sectores históricamente excluidos, pero donde aún se experimentan enormes desigualdades. También, vivimos en un país que, en medio de la incertidumbre de la crisis social y sanitaria, debe ser capaz de “revisar seriamente nuestra manera de convivir, porque hay una erosión de los límites que son necesarios para respetarnos unos a otros”, como nos han dicho los obispos.
Chile: país y comunidad
Y en este camino de crisis y reencuentro, “cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (FT 283). Qué duda cabe: ¡Todos aspiramos a una vida mejor! Pero nos falta el esfuerzo colectivo. Por mucho tiempo (dado el rápido proceso de modernización que experimentamos) fue ganando espacio el desarrollo individual, como si todo en nuestra vida nuestra dependiera de mi propia voluntad. En este sentido, las políticas de protección social de las que tanto se ha discutido y aplaudido, deben ser un signo de que en gran medida el éxito del país es también mi propio triunfo. Quienes leemos estas líneas tenemos la firme convicción que en el rostro de cada hombre que sufre, que vive en la pobreza o en el aislamiento, reconocemos el rostro de Cristo.
En síntesis, la invitación es aportar en la construcción de una adecuada convivencia, capaz de elevar las capacidades de diálogo, teniendo el bien común en el centro y trabajando por un Chile justo y santo, donde “debiéramos estar viviendo un tiempo positivo, de propuestas y esperanzas, pero algo estamos haciendo mal que parece primar en la mayoría un ambiente de preocupación” como nos han dicho los obispos, pero donde estamos a tiempo de poner nuestras manos al servicio de la casa común.
(Artículo publicado en la Edición 491 de la revista Comunicando, noviembre 2021)