P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles y Capellán Santo Tomás Talca
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: <<Maestro, Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?>>. Jesús les respondió: <<En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él>>.
Hace algunos días atrás, muchos fueron a los cementerios para dejar flores y estar un rato con los seres queridos que ya han fallecido. Nuestra cultura, y es algo universal, tiene gran estima y cariño por los seres que han partido de este mundo y le rinden tributo con oraciones y en algunas culturas del norte y sur les llevan alimentos para acompañarlos en la ruta que ahora han emprendido.
Nuestra fe confía en la palabra de Jesús que nos mueve a anhelar la vida definitiva que es compartir con el Señor en la eternidad. El Papa Francisco nos recuerda en la Exhortación “Christus vivit”, que hemos estado compartiendo en algunos domingos, en los números 124 ss.: ¡ÉL VIVE! “Pero hay una tercera verdad, que es inseparable de la anterior: ¡Él vive! Hay que volver a recordarlo con frecuencia, porque corremos el riesgo de tomar a Jesucristo sólo como un buen ejemplo del pasado, como un recuerdo, como alguien que nos salvó hace dos mil años. Eso no nos serviría de nada, nos dejaría iguales, eso no nos liberaría. El que nos llena con su gracia, el que nos libera, el que nos transforma, el que nos sana y nos consuela es alguien que vive. Es Cristo resucitado, lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Por eso decía San Pablo: <<Si Cristo no resucitó vana es la fe de ustedes>> (1Cor 15, 17).
Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono. Aunque todos se vayan Él estará, tal como lo prometió… (Nº 125).
Contempla a Jesús feliz, desbordante de gozo. Alégrate con tu Amigo que triunfó. Mataron al santo, al justo al inocente, pero Él venció. El mal no tiene la última palabra. En tu vida el mal tampoco tendrá la última palabra, porque tu Amigo que te ama quiere triunfar en ti. Tu salvador vive (Nº 126).
Si Él vive eso es una garantía de que el bien puede hacerse camino en nuestra vida, y de que nuestros cansancios servirán para algo. Entonces podemos abandonar los lamentos y mirar para adelante, porque con Él siempre se puede. Esa es la seguridad que tenemos: Jesús es el eterno viviente. Aferrados a Él viviremos y atravesaremos todas las formas de muerte y de violencia que acechan el camino (Nº 127).
Nuestra relación con el Señor pasa por la relación que tenemos con los hermanos hoy, es decir, nuestra actitud permanente de resucitados es un adelanto de aquello que tendremos en plenitud junto a Dios. Rezamos por nuestra patria en estos días, para que juntos en asambleas o comunidades podamos encontrar las respuestas para dar solución a las grandes demandas colectivas.
Domingo 10 de noviembre, Trigésimo primer domingo del año. Lucas 20, 27-38.