P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles y Capellán Santo Tomás Talca
El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: <<¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo>>.
Hoy celebramos un acontecimiento que parte del corazón mismo de la comunidad. Es el sentir generalizado de los pueblos el que se ha impuesto y ha llevado a que la Iglesia “institucional” decida conversar y llegar a definir la tarea que le cabe a la Virgen María en la historia de la salvación.
La última gran reflexión acerca de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, está contenida en la Constitución “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II, en la cual la Iglesia se define a sí misma como Pueblo de Dios, llamado desde siempre a ser la comunidad con la cual comparte el amor salvador. Y dentro de esta historia surge siempre la figura de la mujer que es “verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza” (LG53).
Lo que ha nacido en el corazón de la comunidad, el Concilio lo ordena para que sea expresión de lo que realmente ha querido ser en la historia: “Ella misma sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de Él esperan con confianza la salvación” (LG55). “La misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia” (LG60). “Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Santísima Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, sin embargo, se entiende de manera que nada quite ni agregue a la dignidad y eficacia de Cristo, nuestro único Mediador” (LG62).
“Virtudes de María que debe imitar la Iglesia: La iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso tipo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y bendiciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres” (LG65).
Hemos participado en todo el mundo en diversos momentos de culto a la Virgen María, provocando en algunos críticas acerca de la divinización que hemos hecho en torno a la figura de María, hemos tenido la visita de la imagen de la Virgen de Fátima, en masa la comunidad asiste a las celebraciones del cerro de La Virgen, y de muchos santuarios marianos, de ahí que el Concilio también se preocupe de aclarar la naturaleza y fundamento del culto: “María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue ensalzada por encima de todos los ángeles y los hombres, en cuanto es la Santísima Madre de Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde los tiempos antiguos la Santísima Virgen es honrada y venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas. Este culto difiere esencialmente del culto de adoración que se rinde al Verbo Encarnado” (LG66). Con este culto a la Madre, el Hijo se hace mejor conocido, amado y glorificado y su voluntad se vive mejor.
Domingo 8 de diciembre, Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Lucas 1, 26-38.