P. Luis Alarcón Escárate
Vicario de Pastoral Social y Talca Ciudad
Párroco de Los Doce Apóstoles y Capellán Santo Tomás Talca
Jesús dijo a sus apóstoles: No temas a los hombres. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que Yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquél que puede arrojar el alma y el cuerpo al infierno. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre de ustedes. También ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, Yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero Yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquél que reniegue de mí ante los hombres (Mateo 10, 26-33).
Hace algunos domingos ya, tocamos el tema de los miedos cuando los discípulos estaban encerrados por temor a los judíos. Es un miedo real a la persecución y a ser castigados por pensar distinto en un lugar donde estaban realmente oprimidos por un gobierno extranjero y dominante como era el de los romanos, que toda palabra de liberación o de rebelión era acallada por la fuerza.
Hoy, el evangelio nos habla del miedo que se tiene cuando no existe ninguna de esas situaciones y, en apariencia, somos libres para hacer y decir lo que queramos. Pero se da una suerte de temor al poder expresar una idea o una actuación que se escape de lo más tradicional en esa sociedad.
Aparece como una rareza el que dice, o actúa saliéndose de la “normalidad” que impera y es tratado de rupturista, de revolucionario, de “agrandado”, etc.
Que importante es aprender de muchos que han escrito a través de la historia acerca de la superación personal, del crecimiento que se va adquiriendo con muchos errores en ocasiones y que no son motivo de vergüenza, sino que de agradecer que a partir de eso que no nos hubiera gustado padecer o vivir hemos llegado a ser lo que hoy somos.
Cuanta gente vive fijándose en las puras fallas de los demás, “que tal tiene tejado de vidrio” y ¡ay si yo contara eso! Un hombre o mujer que ha conocido a Jesús sabe que nuestro maestro ha vivido la mayor de las vergüenzas de su tiempo que ha sido ser expuesto en el castigo más grande, por lo tanto, no podría haber otro camino para sus discípulos, que lo único que anuncian es la novedad del Reino y ante ello no se echan atrás. Siempre están inventando nuevas maneras de hacerlo presente.
En el mundo que vivimos, a veces vemos miedo en los creyentes que no tienen su fe tan firme y se suman a la cantidad de críticas que tiene una institución tan humana como todas, formada por hombres y mujeres tan débiles como todos. Pero que es Santa porque Cristo está en ella y siempre aparecerá en los momentos más difíciles o delicados para dar una palabra de aliento o para servir en la tarea más sencilla.
La pandemia nos ha hecho renovar la forma de permanecer al lado de los pobres y de los más vulnerables. Y la necesidad que más se experimenta es la de sabernos frágiles, inútiles para quienes solo deben estar en su casa, y ¿quiénes son los que aparecen? Los hermanos y hermanas de las comunidades cristianas para animar, para escuchar, para llevar alimentos a quienes nadie atiende. Aquellos que viven la fe que a la mayoría le da miedo de proclamar. Y que se atreven a gritarla desde las azoteas. Porque han pasado por el crisol que los ha fortalecido.
Domingo 21 de junio, Décimo segundo domingo del año.