Talca 28 de Junio de 2018
A la querida comunidad Diocesana:
“Dios que nos da constancia y consuelo, los ayude a vivir en armonía unos con otros, conforme al ejemplo de Cristo Jesús, para que todos juntos, a una sola voz alaben al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 15,5).
Les saludo con mucho cariño y gratitud en Jesucristo el Señor. Como ya es de su conocimiento, el Santo Padre ha aceptado la renuncia que le presenté junto con todos mis hermanos obispos en el mes de mayo recién pasado. En un gesto de comunión, de fe y de amor al Vicario de Cristo quisimos poner nuestro servicio pastoral en sus manos para facilitarle la resolución de los problemas que se han prolongado causando tanto dolor. Nos ha animado la certeza de que nuestro Señor asiste al Sucesor de Pedro con la fuerza de su Espíritu Santo para guiar a la Iglesia que peregrina en la historia. Agradezco de corazón a nuestro querido Papa Francisco que nos ha recibido como un padre misericordioso que sabe a amar, animar y corregir.
Las heridas que de una u otra manera, con palabras, obras y omisiones hemos provocado al cuerpo de Cristo que es la Iglesia la han debilitado. No pocos reciben con perplejidad las noticias que día a día muestran un dolor nuevo. Son días de prueba donde, como Santo Pueblo de Dios, necesitamos orar más intensamente y comprometernos a colaborar cuidando la unidad. Si escuchamos juntos las palabras que nos dice el Señor sabremos discernir su voluntad en los acontecimientos mirándolos con realismo y esperanza. La esencia, la credibilidad y la salud de la Iglesia brota sólo de la unidad, de nuestra comunión en Cristo que se manifiesta en la misión (Jn 17,21).
Quiero agradecer a Dios por estos veintidós años en que hemos tratado juntos de servir al Señor y anunciar la alegría del Evangelio en esta querida tierra maulina. Hemos compartido tantos gozos y dolores buscando hacer visible y cercano el rostro misericordioso de Dios. Son tantas las experiencias hermosas que hemos vivido con los hermanos sacerdotes, religiosas y religiosos, con los diáconos, los ministros enviados, sus familias, sus comunidades y fieles. He visto con emoción el heroísmo humilde de nuestros catequistas y misioneros que me dieron tanto ejemplo de fidelidad formando generaciones de cristianos. Gracias por el amor a Cristo manifestado en incontables gestos e iniciativas de solidaridad y dignificación; gracias por las miles de horas de adoración a Cristo en la Eucaristía; gracias por el fuego misionero, la alegría y el entusiasmo creativo de los movimientos apostólicos. Una gratitud especial guardo en el corazón para los hombres y mujeres del campo tan llenos de esa humanidad y bondad que les viene de la fe y cultivan junto con la tierra. Gracias por los más sencillos, enfermos y pobres que me reflejaron con tanta claridad la bondad de Dios. Gracias por tantos fieles colaboradores que gratuitamente ofrecen su tiempo sirviendo a la Iglesia en humildad y silencio.
Quisiera sincera y humildemente a todos pedirles que me puedan perdonar tantas deficiencias y limitaciones que el Señor conoce. Les pido también perdón a quienes causé algún sufrimiento y no traté bien; a quienes presté poca atención y no les di un buen testimonio de Cristo y su Evangelio; por todo lo que no concluí, por lo que no hice o hice mal, les pido su perdón y comprensión.
Conservaré siempre en el corazón la celebración del 15 de Agosto que cada año fue una clara manifestación de amor a la Madre del Señor que nos hizo sentir como una gran familia, dichosa de amar a Cristo y renovar el compromiso con su misión. A Ella le pido especialmente que les ayude a seguir cultivando el amor a Cristo y a su Iglesia. A ella le pido también que cubra con su amor de Madre a Mons. Galo Fernández quien desde ahora acompañará a esta querida Iglesia en su caminar hacia Cristo.
Les saludo con inmensa gratitud y pido al Señor les llene de bendiciones a todos. Les pido por favor que recen por mí.
+ Horacio Valenzuela Abarca