Tenía un vigor gigante para transmitir sus ideales, a pesar de ser muy pacífico, humilde y calmado. Así era el padre Fortunato Berríos, sacerdote y antes joven seglar. El Espíritu Santo habitaba en él.
• Era absolutamente transversal, cercano a todas las realidades sociales y diferentes pensamientos. Incluso los que no tenían el don de la fe en Jesucristo, lo estimaban, admiraban y gustaban de frecuentarlo.
• Siempre su corazón vibró con el dolor y necesidad del prójimo, y como el buen samaritano se detuvo, no ignoró al herido, lo sanó, lo cuidó, y lo que es muy importante ¡convocó a otros a ayudar!
• Era tan creativo y como se dice ahora “busquilla”, que de un modo u otro se las arreglaba para hacer presente y extender el Reino del Señor, ¡y buscaba los medios para ello!
• Es así que el joven Fortunato se le ocurrió presentarse a una de las escuelas públicas de Talca con el ánimo de entretener a los alumnos enseñándoles a cantar himnos piadosos. El jefe del local no tuvo inconveniente, pues veía que la presencia de aquel joven era una garantía para su escuela; llamó a los niños, los cuales atraídos por la curiosidad se agruparon en torno al recién llegado. El joven señor Berríos, los atrajo con su dulzura y simpatía característica, e invitó a los que tuviesen más linda voz a formar un coro magnífico para entonar himnos en honor de Dios y de la Virgen Santísima.
• Además del canto y la armonía musical, los nuevos discípulos no se cansaban de oír al joven maestro, cuando les hablaba de sus deberes para con Dios y con el prójimo. También mantenían el interés cuando los llevaba a la práctica de la verdadera piedad, tal como cuando con santa paciencia les enseñaba los rudimentos de la música.
• El jovencito Fortunato resultó un simpático profesor que cuando les enseñaba los cantos les parecía un ángel del cielo.
Contando ya con el afecto de sus aprendices, formó con ellos un grupo de oración, que cada noche meditaba una hora en la iglesia San Francisco. Quienes lo acompañaban en ese ejercicio espiritual, pudieron observar en aquel joven Fortunato su gran fervor lleno de humildad y devoción. Terminada la oración de la noche, se dirigían a la Casa de Ejercicios, donde a fuerza de constancia continuaban los ensayos de música sagrada (Pbro. Gonzalo González C.,1905, Revista Católica).
• Fortunato Berríos, primero como joven laico y luego como sacerdote, siempre procuró hacer la voluntad del Señor. Estaba impregnado de amor que lo hacía seguir la huella de Cristo, con lo que decía, con lo que hacía, con las obras que consiguió y capitaneó por doquier.
• Ya formada legalmente la Sociedad SAN LUIS GONZAGA (8 marzo 1859), muchos de esos jóvenes sintieron la vocación de abrazar el estado eclesiástico, fuerte sentimiento que también crecía en el corazón del joven Fortunato. Pero aún no era el momento (Fortunato contaba con 20 años).
• El considerable aumento de vocaciones eclesiásticas en toda la provincia, hizo nacer en el señor Berríos (como le llamaban en aquel entonces), la idea de un Colegio y Seminario en la ciudad de Talca. Esta idea coincidió con la del Vicario Foráneo que visitaba la zona cada cierto tiempo, don Miguel Rafael Prado, ya que no había un colegio que fuera esencialmente católico, en que los muchachos pudieran mantener los sentimientos de virtud, que nacían en el seno de las familias cristianas. Entonces el P. Prado consideró indispensable fundar un Seminario que además de servir a la formación de los futuros sacerdotes, tuviese como segundo fin la educación católica de la juventud.
• Era un tiempo en que las costumbres se mejoraron notablemente, reinando Cristo en muchas almas y teniendo Talca más vocaciones sacerdotales que en ninguna otra parte del país.
• “Incalculables son los bienes que logró la fundación San Luis Gonzaga del joven Fortunato. Donde antes reinaban los desórdenes de todo género, se vieron florecer la moralidad y el trabajo. El barrio que antiguamente se conocía con el nombre de “calle alegre”, se convirtió en un modelo de acendrada piedad y de santas costumbres: por esto el pueblo de Talca, en su doble carácter de religioso y de patriota, debe grabar en las más bellas páginas de su historia el nombre de su insigne bienhechor, don Fortunato Berríos, a quien se debe la regeneración moral de una gran parte de sus miembros” (Pbro. Gonzalo González, 1905).
Así era don Fortunato Berríos, hijo de Dios, ¡reflejo de Jesucristo!
Fuente: Grupo de Amigos Padre Fortunato