P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced
Vicario Episcopal de Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: <<¡La paz esté con ustedes!>>. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: <<¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes>>. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: <<Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan>>… (Juan 20, 19-31)
La comunidad de los discípulos experimenta la vulnerabilidad, se encierran para no ser apresados igual que Jesús. Están con todos los temores que surgen porque no son aceptados por el grupo dominante y cualquier actuación pública los transformará en bandidos y en enemigos del imperio romano y del pueblo judío pues han puesto su suerte en un hombre que “se creía hijo de Dios”.
El primer día de la semana, siete días después de la resurrección de Jesús, los discípulos estaban encerrados por temor a los judíos y en esa situación de orfandad grupal el Señor llegó, atravesando los muros y, los saludó diciendo ¡La paz esté con ustedes! Esa aparición los llenó de alegría y reciben el envío a una misión de perdonar los pecados, de sanar a los hombres y mujeres que no tienen paz por muchísimas razones.
Ese día no estaba Tomás, uno de los apóstoles, quien al contarle lo ocurrido no cree y más bien los reta diciendo: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos y en sus pies y la herida en su costado no creeré”.
La semana siguiente vuelve Jesús a encontrarse con sus discípulos y ahora estaba Tomás junto a ellos, entonces el Maestro le dice: toca mis manos y mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. A Tomás le brota el grito: ¡Mi Señor y mi Dios!
Para cada hombre y mujer la paz tiene una expresión distinta, seguramente en lo general coincidimos, pues las necesidades básicas son, en todo el mundo, las mismas: alimento, vivienda, salud, trabajo, familia. Y la falta de alguna de estas palabras trae consigo temores que expresan las grandes luchas de los hombres y mujeres de todos los tiempos: pobreza, muerte, violencia, migración, etc.
Creo que es muy importante saber que nuestra gran meta es la paz y que ella se logra en la medida en que vamos obteniendo la superación de esas realidades negativas que le quitan alegría y deseos de vivir a las personas. Para Jesús el pecado es la mayor causa de pérdida de paz. Es por eso su preocupación y el cuidado de dejar ministros del Perdón, porque el perderse en esa realidad no solamente quita la paz a quien vive en pecado sino a aquellos que se ven cercanos y por lo mismo heridos por esa realidad.
Hoy nos damos cuenta de que, los grandes esfuerzos de las personas y las naciones, cuando maduran y empiezan a pensar más en comunidad, es que uno puede volver a confiar, puede empezar a creer que todo será distinto porque nuestro compromiso se nota y le va devolviendo la paz que faltaba. Los hermanos dejan de creer porque nuestro testimonio es pobre y débil. Pero cuando se vive en verdad y se conoce el rostro verdadero de “Dios Misericordia” ahí empieza a construirse un mundo nuevo porque no son ritos, “misericordia quiero” decía Jesús.
La paz de Jesús no es la tranquilidad aparente de que todo es “una taza de leche”, la paz de Jesús es aquella que sabe vivir plenamente su vocación, aunque eso implica trabajo, esfuerzo e incomprensiones como la vida misma de Jesús. Pero esa disposición es la que consigue para todos el perdón y la salvación. El esfuerzo de muchos hombres y mujeres en la historia por lograr la independencia de pueblos ha sido seguramente desvelos y trabajos, pero han conseguido la salud de las personas, el respeto a los derechos de los trabajadores, la buena utilización de los recursos de la tierra, etc., ha significado seguramente para ellos la paz verdadera. El haber hecho su tarea como los servidores inútiles de los cuales habla otro pasaje del evangelio, pero que se ven favorecidos todos los más pobres y postergados. Seamos hombres y mujeres buscadores de la paz.
Segundo domingo de Pascua: de la Divina Misericordia, 7 de abril 2024.