P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced Curicó
Vicario Episcopal Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Como el Padre me amó, también Yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como Yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que Yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; Yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino Yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, Él se lo concederá. Lo que Yo les mando es que se amen los unos a los otros (Juan 15, 9-17).
Cuando se aproxima a su Pasión y a la realidad de la cruz, Jesús, va en cada discurso haciendo revelaciones más precisas acerca de su persona y su relación con los hombres y mujeres de su comunidad. Cuando ha sido capaz de decir “Yo soy la luz”, cuando se ha manifestado la voz del mismo Dios en la escena del bautismo y en la transfiguración; poco a poco nos manifiesta su verdad más profunda que está además en un ámbito de las relaciones humanas de cada día. Nos habla acerca de la verdad profunda de Dios que es puro amor. Que ha sido amado, y su testimonio consiste en derramar ese amor en cada signo que realiza y en cada encuentro en el cual habla al corazón de las personas que más necesitan. Porque su opción ha sido de manera preferencial por los más pobres.
Ese amor que Dios tiene por todos y del cual es testigo su hijo, se enseña como modelo de la ley que debe imperar en cada corazón humano. Seguramente muchos se quedan pensando en los diez mandamientos como la ley oficial. Les recuerdo que Jesús dice que no viene a cambiar la ley sino a darle pleno cumplimiento. Por lo tanto, podemos decir que Jesús ha conocido el corazón mismo de Dios porque él es Dios. Su gran descubrimiento es la entrada en el verdadero misterio de amor que el Padre ha tenido por él y que tiene por todas las creaturas del mundo, quiere que estén junto a él en una relación que da frutos verdaderos de fraternidad, de solidaridad, de paz y de justicia. Es decir, de todo aquello que permite que la vida se sostenga y se haga eterna. No se queda en las cosas externas que son las que criticaban de Jesús: comilón, borracho, poco piadoso, etc. Pero que el mismo Jesús criticaba en ellos que solo se preocupan de limpiar los vasos, de cumplir ciertos ritos, etc.
Los frutos del amor hacen que la comprensión del mismo Dios sea la de alguien que acompaña a la humanidad y no es obstáculo para que ella crezca, se equivocó aquel que pensaba que era necesario matarlo para que podamos actuar. Hace algunos días hemos celebrado el día de San José en el cual recordamos a los trabajadores y trabajadoras que en fechas dolorosas nos han hecho reconocer que hemos sido nosotros los que han llevado el trabajo humano a frutos de tipo comercial y únicamente de crecimiento económico. En Dios, en cambio, está el deseo de ser cocreadores, de ser sus ayudantes que van mejorando la historia del mundo y de todo su entorno.
El cuidado de la casa común ya no es un compromiso de buena voluntad como se entendía antiguamente, sino que es una obligación moral. De ese comportamiento depende no solo la vida del planeta sino de la creación entera. De la forma en la cual nos relacionamos en relación al amor del Señor, se puede asegurar que, muchas realidades puedan desaparecer como son las guerras, la contaminación de las aguas y de la tierra de cultivo. También de las relaciones humanas fraternas surgen frutos de sabernos responsables de la vida del planeta y eso significa una nueva manera de comprender el trabajo que es aportar el don que se ha recibido para el bien de todos, y no un producto a vender como muchas veces se nos ha dado a entender.
Sexto domingo de Pascua, 5 de mayo 2024.