P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced de Curicó
Vicario Episcopal de Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban en el lugar donde el Señor había multiplicado los panes, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: <<Maestro, ¿cuándo llegaste?>>. Jesús les respondió: <<Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello>>. Ellos le preguntaron: <<¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?>>. Jesús les respondió: <<La obra de Dios es que ustedes crean en Aquél que él ha enviado>>. Y volvieron a preguntarle: <<¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obras realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto como dice la Escritura: “Les dio a comer el pan bajado del cielo”>>. Jesús respondió: <<Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo>>. Ellos le dijeron: <<Señor, danos siempre de ese pan>>. Jesús les respondió: <<Yo soy el pan de Vida. El que viene a mi jamás tendrán hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed>> (Juan 6, 24-35).
Después de la multiplicación de los panes, Jesús se va junto a sus discípulos al otro lado del lago y, la gente, cuando se da cuenta, lo sigue, tomando todos los medios posibles para alcanzarlo. Personalmente, creo que hoy sucede lo mismo. Mucha gente sigue a Jesús, lo hace por distintas vías o caminos, que permiten conocer solo un aspecto de lo que él quiere entregar a la humanidad. El pan que perece. Se han dejado encandilar por un milagro que no es toda la riqueza que Dios quiere compartir. Una comida que se acaba y quedamos en las mismas condiciones que al principio: con hambre.
De manera desesperada buscamos salir de las crisis en las cuales nuestra iglesia, nuestras instituciones políticas, judiciales, policiales, etc., están sumergidas, y aparecen muchas soluciones para imponer a los demás. Muchas de ellas son llenas de ideologías y de deseos buenos pero que no llegan a ser un alimento fortificante, que le dé sentido a la vida de todos.
Muchos expertos en vida espiritual dicen que en los momentos de crisis hay que esperar. No decidir nada. Esperar que el Señor hable en el momento más oportuno y que no será en un trueno o en un gran terremoto. Seguramente será en la brisa suave de la tarde. Pero para eso es necesario que nos saquemos los ruidos externos e internos, para poder escuchar bien. Si no es así corremos el riesgo de imponer una voz que Dios no ha pronunciado, de hacer comer un pan que Dios no nos ha dado, sino que ha sido amasado con manos de personas que no han visto bien, que están ciegas por el influjo del tiempo que se vive.
Nuestro tiempo padece una crisis de sentido y es ahí donde apunta Jesús cuando invita a buscar el pan del cielo. Cuantas veces nos hemos quedado pegados a la pura inmediatez, a sanar las cosas más puntuales, hoy se dice “marchar al ritmo que te tocan”, cuando lo importante es saber proponer, darle razones que parten del evangelio para superar las grandes dificultades del hombre de hoy. Para eso se requiere diálogo, valoración de las culturas, reconocimiento de las personas, actitud de humildad para pedir perdón y actitud de grandeza para aceptar esa petición de perdón y no pensar en la venganza.
En nuestros tiempos se requiere saber mirar a Dios de una manera nueva, no ya el que realiza milagros para que todo cambie, sino el que te invita a caminar junto a él y te mueve a compartir como ya lo vimos en la multiplicación de los panes y los peces, colaborando para que todas las situaciones de dolor se superen gracias a la amistad que brota entre el hombre y su Dios.
Quiero aprovechar de saludar a todos los párrocos en este domingo que celebramos a San Juan María Vianney, su patrono; que aprendiendo de su testimonio siempre den el Pan de Vida a la comunidad que busca y que anhela escuchar la Palabra como alimento. Que puedan conocer y acompañar a cada hombre y mujer para guiarlo a la mesa de los hijos en el Reino de Dios.
Décimo octavo domingo del año, 4 de agosto de 2024.