P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced
Vicario Episcopal Curicó y Pastoral Social
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a Él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: <<Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio, Moisés, en la Ley nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?>>. Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: <<Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra>>. E inclinándose nuevamente siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: <<Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?>>. Ella le respondió: <<Nadie, Señor>>. <<Yo tampoco te condeno -le dijo Jesús-. Vete, no peques más en adelante>> (Juan 8, 1-11).
Seguimos contemplando la misericordia de Dios que se manifiesta frente a la miseria de quien no puede negar su pecado. Jesús es un hombre que conoce profundamente a su Padre y sabe que le interesa su conversión por encima del castigo.
Es cierto que debe haber normas para poder relacionarnos entre las personas de cada lugar, con ciertas sanciones que logren reparar el daño causado a la vida de otro, pero casi en la mayoría de los casos que conocemos una pena de cárcel a algún joven lo lleva más que a la rehabilitación a una escuela del crimen y al salir, lo más probable es que vuelva a cometer ilícitos. Eso sucede cuando queremos castigar, no sucede así cuando queremos lograr que se provoque un cambio sustancial en las personas, sabiendo que eso conlleva una segura transformación de la sociedad.
Jesús nos hace reconocer el pecado. Es evidente que hay una situación de ruptura en una familia porque la infidelidad conyugal daña el corazón de todos los que la componen, les provoca odios y muchas veces resentimientos que se expresan en venganzas. No se trata solamente de una situación entre dos personas. Es una experiencia de utilización del otro, no de amor verdadero. Porque ese amor tiene la capacidad de renunciar a sí mismo por el que se ama.
Cuando Jesús habla, lo que hace es que cada uno de los que están presentes miren su propia vida y se den cuenta de que todos tenemos pecados. Y la respuesta ante esas realidades no es únicamente la muerte, sino que se invita a superar las tentaciones que siempre nos asolan.
En el encuentro con Jesús, cada hombre y mujer se fueron, empezando por los más viejos, dice el evangelio. La mujer queda sola delante de Jesús y seguramente nunca más volverá a cometer el mismo pecado. No solamente ha sanado de la situación particular, sino que como persona se ha visto reconocida, querida por alguien que la ha mirado sin interés egoísta, sino con el interés de un padre, de un verdadero amigo que siempre está presente para ayudar a superar lo que le ha tocado enfrentar.
Nos dice el P. Fredy Peña en la Liturgia Cotidiana: “Una vez más, los doctores de la ley y los fariseos quieren poner a prueba a Jesús. No obstante, el Señor no quiere la condena ni mucho menos la perdición de sus hijos. No desea que la ley se tipifique como una norma “absoluta” de moralidad; al contrario, quiere enseñarla como una “sabiduría” que flexibilice el cómo se juzga, pero sin caer en un “no pasa nada…todo está permitido”.
Quinto domingo de Cuaresma, 6 de abril 2025.