Al clero y fieles de mi Diócesis de Talca.
Os dejo en estas líneas mi testamento pastoral: ellas os hablarán después de mi muerte, ellas os dirán mis últimos pensamientos, mis supremos anhelos, mis paternales consejos.
Muero en el seno de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la que he tratado siempre de servir. Renuevo mi adhesión plena al Romano Pontífice, Vicario de Cristo, y a las enseñanzas, leyes y disposiciones de la Santa Sede que he procurado fielmente cumplir. Quiero que mi última palabra sea para la Iglesia, el gran amor de mi vida sacerdotal. En ella he vivido y encontrado a Cristo. Por ella únicamente he trabajado y sufrido. Ofrezco mi muerte como supremo holocausto por ella. “Pro corpore ejus, quod est Ecclesia” (“Por su cuerpo que es la Iglesia”).
Os doy tres recomendaciones. En ellas sintetizo todo lo que quisiera deciros:
1. Amad a la Iglesia.
Amad al Papa. Es el “dulce Cristo en la tierra”. Quisiera que la diócesis de Talca, en cuya Catedral se guardan las cenizas de Mons. Cienfuegos, el primer Embajador de Chile ante la Santa Sede, se destacara siempre por su devoción al Romano Pontífice.“Ubi Petrus ibi Ecclesia” (“Donde está Pedro, allí está la Iglesia”).
Amad a vuestro Obispo. No importa quien sea. Es vuestro maestro, vuestro Pontífice y vuestro Pastor. Es el sucesor directo de los Apóstoles. La fidelidad al Obispo es fuerza, gracia y bendición. “Estadle unidos como la cuerda al arco de la cítara”. No discutáis sus enseñanzas, no critiquéis sus actuaciones, no os alejéis de su acción.“Ipsi enim pervigilant quasi rationem pro animabus vestris reddituri” (“Pues ellos están vigilantes, porque tienen que dar cuenta de vuestras almas”).
Amad a vuestros Sacerdotes. Son los enviados del Obispo. Los ministros de Dios. Los otros Cristos. Formad alrededor de ellos un rebaño amante y fiel. Respetad su misión. Apreciad sus sacrificios. Sed tolerantes para con las imperfecciones humanas que puedan tener.
Amad a los seminaristas. Son la esperanza de la diócesis. Son el futuro de la Iglesia talquina. Son la semilla de evangelización. Enviad a vuestros hijos al seminario. No estorbéis sus vocaciones. Formad un ambiente vocacional. Sin seminaristas no habrá sacerdotes. Sin sacerdotes no habrá sacramentos. Sin sacramentos no habrá vida cristiana.
Amad las obras de la Iglesia. A través de ellas se ejerce su misión pastoral. Colaborad. No seáis católicos pasivos. Todo lo que es de la Iglesia debe interesarnos.
2. Defended la Iglesia:
Con el testimonio de vuestra vida. El peor enemigo de la Iglesia son los malos católicos. Con el valor de proclamaros siempre católicos, “no os avergoncéis del Evangelio de Cristo”.
Con la firmeza de vuestros principios. Los principios no se ceden.
Defended la Iglesia con la integridad de vuestro pensamiento cristiano. Hay que conocer cada vez más a fondo la verdad que profesamos.
Defendedla con la pureza de vuestras costumbres. “No os dejéis vencer por el mal, sino que venced al mal con el bien”. Que el paganismo del ambiente no os contamine. Cerrad la puerta a las lecturas, grabados, conversaciones, espectáculos o modas que degradan vuestra dignidad cristiana.
Defended la Iglesia defendiendo la familia. Todo conspira contra ella. Guardad la fidelidad del amor cristiano. Apreciad el don de los hijos. Educadlos cristianamente. Haced de vuestros hogares un templo y una escuela.
3. Sed misioneros de la Iglesia:
La Iglesia es el misterio de Cristo prolongado. Hay que hacerlo llegar a todos. Cada católico ha de ser su apóstol. Hay que irradiar la Iglesia. Amarla y hacerla amar. Vivir su misterio y hacerlo vivir.
Tres cosas quisiera especialmente deciros a este respecto.
Orad con la Iglesia: La oración es la voz de la esposa. Su clamor llega hasta Dios. Trabajad todos, sacerdotes y fieles, para dar a la liturgia de la Iglesia su lugar en la vida cristiana. Para sentir con la Iglesia hay que orar con la Iglesia. He tratado modestamente de luchar por la vida litúrgica. Quiero que mi última palabra sea para que sigáis adelante en esta empresa: “Propter Sion non tacebo et propter Jerusalem non quiescam” (“Por el amor de Sion no callaré y por Jerusalén no descansaré”).
Trabajad con la Iglesia: La Acción Católica es la gran necesidad de hoy. Muchos y santos sacerdotes, sí, pero muchos y apostólicos seglares también. Para transformar los ambientes necesitamos apóstoles de ellos. En la inmensa tarea del laicado católico a que la Iglesia llama a todos, el equipo sacerdote-laico es el equipo apostólico de hoy.
Sufrid con la Iglesia: La Iglesia tiene hoy un sufrimiento especial: el alejamiento de la clase obrera de ella. Hay que hacer que retorne. La Iglesia tiene su doctrina social. Debe enseñarse con valentía. Debe aplicarse con decisión. Muchos no me han comprendido en esta posición. Han creído que hacía política o demagogia.
Ante la majestad de la muerte, afirmo que no he hecho ni lo uno ni lo otro. He cumplido con un deber de Iglesia; trabajar porque cese “el gran escándalo del siglo XX”. Porque la clase obrera retorne al seno de su Madre que les aguarda.
Estos han sido mis tres grandes ideales: la liturgia, la Acción Católica y el problema social. En los tres he buscado una sola cosa: servir, amar y trabajar por la Iglesia.
Os dejo como legado el continuar esta tarea.
Cierro este Testamento con un perdón, una bendición y una súplica.
Perdono a todos los que me han criticado. Pido al mismo tiempo perdón por si involuntariamente a alguien he ofendido.
Bendigo paternalmente a mis sacerdotes, religiosas, seminaristas y fieles. El Señor los colme de sus gracias y los haga santos.
Suplico oraciones. Pedid por mí. Yo rogaré siempre por vosotros.
Mi espíritu velará siempre por esta diócesis amada.
Quiero que mis restos descansen en mi Catedral, en medio de vosotros.
Os aguardo en el cielo, a donde, por la misericordia de Dios, espero llegar.
Benedictio Dei Omnipotentes, Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, descendat super vos et maneat semper.
MANUEL LARRAÍN E.
Obispo de Talca