P. Luis Alarcón Escárate
Párroco San José-La Merced
Vicario episcopal Curicó Ciudad y Rural
Capellán CFT-IP Santo Tomás Curicó
Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: <<El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte resucitará>>. Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas. Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: <<¿De qué hablaban en el camino?>>. Ellos callaban porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: <<El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos>>. Después tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: <<El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a Aquél que me ha enviado>> (Marcos 9, 30-37).
Quiero saludar en este domingo a todos los habitantes de nuestro país, que las celebraciones recién vividas se hayan dado en un ambiente de respeto y de cuidado de todas las personas y de nuestra casa común, que siempre sufre con la basura y el descuido de todos. En un nuevo contexto en el cual estamos siendo convocados a votar en varios cargos comunales y regionales, el evangelio viene a ser una invitación a descubrir la manera de disponerse ante tan importantes encargos que la ciudadanía les entregará. Me parece que cualquier servidor público debe ser un “místico”, una persona que sabe disponerse a la escucha de las grandes necesidades de las personas y oír lo que de verdad se está diciendo y luego ver si es posible entregar con realismo y con lo que significa la interpretación de las palabras que muchas veces se pronuncian.
Jesús continúa enseñándole a los discípulos acerca de su vida futura, será apresado y crucificado. Dentro de su palabra está la esperanza de que puedan entender lo que significa su sacrificio.
Ya comentábamos la semana pasada cuán difícil es comprender el mensaje de Jesús para sus discípulos que creen que todo está en las mismas categorías del mundo, donde la religión tiene que ver con hacer mérito para lograr algunos beneficios y para ello realizo sacrificios personales o como en el antiguo Israel, entregaba animalitos que con su muerte me favorecían a la hora de la premiación. Jesús no sigue esa línea, ya que para él su gran descubrimiento pasa por comprender que Dios es Amor, que es un Padre siempre atento a sus amigos y está presto para entregarles todo lo que tiene.
Tampoco tiene que ver con la premiación que hacen los políticos a los que han trabajado con él y reciben beneficios porque han sido fieles o para mantenerlos al lado de su bando. La vida del Reino de Dios tiene otra lógica, una justicia que no logramos comprender. Como los obreros de la última hora, aquellos que han llegado al final del día reciben el mismo sueldo que los que han llegado a primera hora.
Para Jesús la filiación con su persona es lo que define la participación en el Reino de Dios. Y para ello no se necesitan las actitudes prepotentes o que se ponen por encima de los otros por su conocimiento o riqueza. Sino que las actitudes son las del discípulo que siempre está aprendiendo. Las del niño que no hace diferencia de clases ni de su poder ante los demás, sino que recibe todo con un corazón agradecido.
La discusión de los discípulos se va a lo más insignificante, que es el beneficio personal y no lo que se consigue con las actitudes que ya comentábamos, que tiene una dimensión universal. Una apertura total a la llegada del reino tiene que ver con la dimensión del servicio, los que mandan no son los que dan las órdenes, sino que obedientes a lo que el Espíritu inspira en una comunidad, saben interpretarla y responder de manera verdadera, profunda y respetuosa a lo que de verdad se necesita. Es común ver que todos los elegidos en cualquier cargo público se pongan un poco soberbios y esperan honores, saludos, reconocimiento; cuando me parece que el más sencillo, el necesitado, el que tiene situaciones dolorosas y no es reconocido, es quien debe ser obedecido por esa sola razón. Nuestra Iglesia debiera ser ese espacio de cercanía y amistad. Es la que muestra en todos los continentes que su presencia dignifica y atiende con cariño a todos, por eso también soporta sufrimientos y calumnias.
Pidamos al Señor Jesús que nos regale un corazón abierto al don de Dios.
Vigésimo quinto domingo del año, 22 de septiembre 2024.